Archivo Español de Arqueología 95
enero-diciembre 2022, e20
ISSN: 0066-6742, eISSN: 1988-3110, ISSN-L: 0066-6742
https://doi.org/10.3989/aespa.095.022.res02

Reseña de / Review of: Isabel Velázquez Soriano y David Espinosa Espinosa (Eds.), Epigraphy in the Digital Age. Opportunities and Challenges in the Recording, Analysis and Dissemination of Inscriptions, Archaeopress, Oxford, 2021, 239 pp. ISBN 978-78969-987-6.

Pedro López Barja de Quiroga

Universidad de Santiago de Compostela

https://orcid.org/0000-0002-6983-1342

CONTENIDO

Hagamos, lo primero, un rápido repaso de este libro, a vista de dron como si dijéramos, esto es, hojeándolo. Lo forman 21 capítulos (breves), todos ellos en inglés, escritos por un total de 38 autores, que presentan proyectos o iniciativas de epigrafía digital, algunos de ellos con una larga trayectoria a sus espaldas, pero otros apenas iniciados o incluso ya abandonados. Está oportuna y merecidamente dedicado a la memoria de Joaquín Gómez Pantoja, autor de uno de los capítulos, en el que plantea los problemas y las aventuras a los que, a veces, se enfrenta el epigrafista ante inscripciones poco accesibles, al tiempo que sugiere la creación de un repositorio digital que contenga los modelos 3D antes de su procesamiento informático. Tras una primera parte dedicada a cuestiones generales, el resto de los capítulos gira en torno a dos grandes temas: la imagen digital (parte 2) y las bases de datos (parte 3). Las fotografías e ilustraciones, abundantísimas, son excelentes, aunque en algunas capturas de pantalla el texto no es legible (p. ej., p. 32, fig. 2; p. 52, fig. 8). Supongo que tiene algo de paradójico publicar en papel una serie de reflexiones sobre epigrafía en la era digital, en lugar de colgarlas sencillamente en Internet (aunque se puede descargar el pdf). La bibliografía figura al final de cada capítulo. Es una pena que no se haya compilado toda al final, junto con un elenco de las principales direcciones de Internet, pues todo ello habría formado una útil herramienta de trabajo.

Me acerco a este libro con muy escasos conocimientos de epigrafía en los tiempos del lenguaje SQL y la fotogrametría, limitados, por mi parte, a un uso frecuente y creciente. Debo decir que es accesible también para los “analfabetos digitales”, con explicaciones a veces muy útiles de las principales herramientas o técnicas, como sucede en el capítulo 5, donde se encuentra una exposición detallada de las técnicas para los modelos 3D (fotogrametría o escáner láser). Con todo, algunos autores entran a fondo en el detalle técnico, sobre todo en la parte 3, de modo que parecen hablarle, no tanto al epigrafista, sino más bien al experto en bases de datos. Así sucede, por ejemplo, con la descripción en detalle del funcionamiento de Hesperia en capítulo 14 o la base de datos del CEIPAC en el cap. 16, o las tablas de EPIHUM, sobre epigrafía del Renacimiento en la península ibérica, en el cap. 21. Esto explica que se haya reunido en un mismo capítulo (14) dos proyectos que nada tienen que ver entre sí en cuanto a temática (Hesperia, sobre epigrafía paleoeuropea, y AEHTAM = Archivo Epigráfico de Hispania Tardo-antigua y Medieval), por la sencilla razón de que comparten una misma arquitectura de base de datos. El libro ha de leerse, naturalmente, con un ordenador al lado, por la gran cantidad de referencias a páginas web que visitar (todos los enlaces que he probado funcionan), que vienen a ser como un compendio de todo lo que de útil hay ahora mismo sobre esta cuestión en Internet. Se echa en falta, en ciertos aspectos, una mayor intervención de los editores, al menos para evitar expresiones extrañas, debidas a la falta de actualización de alguno de los capítulos, como la referencia a algo “que ocurrirá” en 2020 (p. 11: conviene advertir que el libro toma su origen de un congreso celebrado en Madrid en junio de 2019). Aunque algunas repeticiones son inevitables, no así otras, que hubieran podido resolverse mediante referencias cruzadas, como la presentación del MRM (Morphological Residual Modelling, p. 95) o de las principales bases de datos de epigrafía latina (cap. 1 y luego, brevemente, pp. 83 y 202, entre otras) o de la base de datos Hesperia (pp. 141 y 146). Por ejemplo, el contraste entre EDCS, que prima la cantidad (531.527 inscripciones en marzo de 2022) frente a EDR (101.305) o EDH (81.883 en diciembre de 2021) donde se pone más cuidado en evitar errores y duplicidades es algo en lo que se insiste varias veces (pp. 3-4, 140, etc.). No hay apenas diálogo entre los diversos autores, salvo contadas referencias en nota, lo que es una lástima, porque el diálogo y el entendimiento entre todas estas iniciativas es una de las cosas más necesarias y urgentes como veremos enseguida.

Conviene recordar ahora las llamadas de atención de Giancarlo Susini y Silvio Panciera sobre el hecho de que la inscripción es un monumento completo, no un texto en una página del CIL. Uno tiene la impresión de que, en epigrafía digital, hemos recorrido el camino contrario, es decir, se ha avanzado mucho en las técnicas digitales, que contribuyen a visualizar en su integridad el monumento epigráfico y mejorar su legibilidad (la parte 2 de este libro) y menos en el análisis y tratamiento de los textos (la parte 3). Convendría tal vez echar un ojo a algunas iniciativas sobre cómo registrar epigrafía funeraria en otros periodos históricos, centradas en el texto tanto como en la lápida (Bos, 2022Bos, J. (2022). “A semantically annotated corpus of tombstone inscriptions” International Journal of Digital Humanities, 3, 1-33. DOI: https://doi.org/10.1007/s42803-021-00039-y : búsquedas semánticas de parejas casadas o de aquellos casos en los que la mujer precede al marido en la conmemoración, por ejemplo).

Vayamos, entonces, por partes. La segunda de este libro, como ya se ha dicho, está consagrada a las técnicas digitales. Edmondson (cap. 6) hace un interesante y oportuno recordatorio de los métodos tradicionales, que siguen siendo útiles (autopsia, fotografía con luz rasante, calcos), para centrarse luego en las situaciones en las que las nuevas técnicas pueden ser útiles para descifrar el texto de una inscripción: especialmente, las realizadas en granito, cupae, inscripciones con partes borradas, si bien, como señala al final, atinadamente MRM no es la piedra filosofal (‘magical bullet’, p. 67). En esta segunda parte del libro, se le presta la debida atención también a los modelos 3D. Andreu y Serrano (cap. 4) señalan sus obvias ventajas en cuanto a la difusión de la epigrafía, haciéndola más atractiva para el público en general (véase también el capítulo 8 sobre el museo virtual en 3D de epigrafía vadiniense). Cebrián (cap. 3) hace un oportuno llamamiento a la cautela, por el exceso de propuestas, algunas de ellas carentes de fundamento científico, lo que lleva a la “musealización de lo inexistente”. Aparte de sus usos pedagógicos, esta técnica, es decir, el escáner 3D, permite unir virtualmente piezas ahora separadas, pero que originalmente formaban parte de un único monumento. En algún caso, sirve para mejorar lecturas, como, dentro del proyecto PETRAE en el Instituto Ausonius de Burdeos, para las grandes inscripciones agrarias del norte de África, muy erosionadas (cap. 7). Por último, Fabián, Gimeno, Hernando y Pires, en un capítulo muy sugerente (el 9), presentan nuevas lecturas (mediante MRM) de las inscripciones presentes en los Toros de Guisando y una reevaluación de los símbolos gradados en ellas. Con todo, hay que recordar una vez más que la fotogrametría no puede reemplazar a la autopsia (p. 42).

La tercera parte es la más extensa. Como los autores son, a la vez, impulsores o participantes en los proyectos que describen no suelen mencionar las limitaciones o carencias, sino que insisten, sobre todo, como es lógico, en sus potencialidades y ventajas (por ejemplo, la base de datos del CEIPAC ha tenido problemas de funcionamiento (Bagnall y Heath, 2018, p. 185Bagnall, R. S. y Heath, S. (2018). “Roman Studies and Digital Resources”. Journal of Roman Studies, 108, pp. 171-189. DOI: https://doi.org/10.1017/S0075435818000874 ), que no se mencionan en ninguno de los dos capítulos que se le dedican). No hay capítulos dedicados específicamente a las bases de datos más ambiciosas, ya sea Clauss-Slaby, Heidelberg o Epigraphic Database Rome, ni siquiera, lo que es muy llamativo, a Hispania Epigraphica Online. Digamos que son proyectos de menor amplitud los que aquí se presentan y describen, con un enfoque claramente hispanocéntrico, aunque con algunas excepciones contadas: el capítulo 12, dedicado a un proyecto sobre epigrafía cretense, con una orientación filológica que pone el acento en el registro de las variantes dialectales, y los 19 y 20, que tratan, ambos, sobre epigrafía de la ciudad de Roma, el primero, sobre joyeros y, el segundo, sobre epigrafía tardo-antigua de los alrededores (catacumbas), así como inscripciones no funerarias del interior de la ciudad. El estudio sobre los joyeros es singular también desde otro punto de vista, pues no remite, como los demás, a una base de datos que, en mayor o menor grado, pueda ser consultable, que en este caso no existe ni se pretende, sino que, además de exponer los resultados de una tesis doctoral, defiende la utilidad de determinadas plataformas que ayudan a crear “visual stories” con las que se hace más fácil la comunicación de los resultados de la investigación (p. 206). En cuanto al capítulo sobre inscripciones tardo-antiguas de Roma (la Epigraphic Database Bari), se hace aquí un breve repaso de problemas en vías de solución (como el registro de las “formas aberrantes”, del latín, i. e. no conformes con las clásicas) o todavía desafiantes, como la creación de un sistema que permita hacer búsquedas no solo del texto sino también de imágenes, marcas, signos, etc.

Hay dos capítulos que tienen un alcance más general y no se limitan a describir el funcionamiento de un proyecto concreto. El capítulo 1 (Orlandi) hace un rápido repaso de las principales bases de datos (Heidelberg, EDR, HEpOnline, Clauss-Slaby), con útiles comentarios sobre la situación en la que se encuentra el proyecto EAGLE. La segunda excepción es el capítulo 11 (Tupman), sobre Linked Open Data, en el que se lleva a cabo una reseña de las principales bases de datos para lugares antiguos (Pelagios), personas (SNAP= Standards for Networking Ancient Prosopographies) y fechas (perio.do). Concluye expresando un atinado deseo (p. 123): “Each inscription and its metadata published openly and with its own stable URI, regardless of whether or not it is published in EpiDoc (which remains the recommendation for XML-based texts)”.

Cada autor resume, pues, el funcionamiento de su base de datos, internando al lector en sus tripas electrónicas. Los editores, Velázquez y Espinosa, no han querido ir más allá, lo que es una verdadera lástima. Con toda esta cantidad de materiales y de iniciativas, hubiera sido el momento de pararse a reflexionar sobre el camino seguido hasta ahora, los problemas a los que debemos enfrentarnos y las iniciativas nuevas que están surgiendo o, de un modo más general, los derroteros por donde podremos avanzar en lo sucesivo. No es la intención del firmante de esta reseña acometer esa tarea, pero sí hay algunos aspectos que conviene señalar, en la línea apuntada hace algunos años por Bagnall y Heath en su repaso de los recursos digitales en los “Roman Studies” (Bagnall y Heath, 2018, p. 172Bagnall, R. S. y Heath, S. (2018). “Roman Studies and Digital Resources”. Journal of Roman Studies, 108, pp. 171-189. DOI: https://doi.org/10.1017/S0075435818000874 ). El problema más claro es la dispersión. Silvia Orlandi utiliza la metáfora de la “habitación infantil”: cada uno puede jugar como quiera, pero al final del día todo debe estar recogido y en su sitio. No parece, sin embargo, que haya esa necesaria disciplina para poner orden y concierto en las diversas iniciativas, o los recursos económicos para hacerlo, como se ha puesto de relieve con los problemas graves de financiación que afronta EAGLE (The Europeana network of Ancient Greek and Latin Epigraphy). Los ejemplos no hay que buscarlos muy lejos, porque se encuentran en este mismo libro. En el capítulo 15, se explica en detalle el funcionamiento de la web Epigraphica 3.0 sobre la provincia de Orense. Aunque se señala que se han analizado 125 inscripciones, en la web pueden consultarse únicamente 4, de un proyecto que no parece vaya a continuar. Un caso similar se refiere a la web Carmina Latina Epigraphica Hispaniae1 http://cle.us.es/clehispaniae/index.jsf , aunque asimismo se le dedica un capítulo (el 2, escrito por Concepción Fernández Martínez). Tampoco está accesible, por lo que he podido ver, la página correspondiente al interesante proyecto M(agistratus) H(ispaniae) R(omanae), que incluirá no solo inscripciones sino también las referencias pertinentes en fuentes literarias y monedas. Junto a esta fragilidad, la imprescindible interoperatividad (Linked Open Data, cap. 11), muy difícil de llevar a cabo en el caso de Hesperia, como se pone de relieve en el capítulo 13 (María José Estarán Tolosa) Hay que ir a una concentración de esfuerzos y, por lo tanto, seguramente, a una selección de las iniciativas. Aquí, la financiación pública de los proyectos desempeña un papel esencial: deberían ser pocos y de largo plazo. El grave problema de los repositorios es un agravante a esta inherente fragilidad, pues deberían ser públicos (vinculados a universidades o centros de investigación), pero no siempre lo son, con lo que se pone en riesgo la permanencia del proyecto. Una dificultad tal vez menor, pero relevante, que viene a sumarse a las otras, es el reconocimiento científico de una labor (el trabajo con una base de datos) que no resulta homologable según los procedimientos habituales del artículo o el libro. Para corregir esa invisibilidad, se ha puesto en marcha Italia Epigraphica Digitale, una revista electrónica nacida en 2017, que recoge por zonas geográficas las fichas de EDR de manera sistemática con atribución a los autores.

En síntesis, este libro permite al lector entender la encrucijada en la que se encuentra la epigrafía en la “era digital”, sin que se apunten, sin embargo, vías de solución. Al mismo tiempo, lo viejo se resiste a morir y la nueva edición del CIL II sigue en marcha, pese a las dudas que suscita por su precio, su lentitud, sus límites en cuanto a aparato gráfico, entre otros inconvenientes. Es oportuna como cierre de esta reseña la fiera frase de un viejo libro que se leía mucho en la universidad española en los primeros años ochenta: “No aguanto la moda lanzada por Bury en su lección inaugural de pretender que la grandeza de Mommsen no se funda en su Historia de Roma, sino en el corpus de inscripciones y en su trabajo sobre derecho constitucional romano: esto es reducir la historia al nivel de la compilación” (Carr, 1978, p. 49Carr, E. H. (1978). ¿Qué es la historia? Barcelona: Seix Barral.). Bien se ve que Carr no tenía ni idea de lo que era el Römisches Staatsrecht, pues nada hay de mera compilación en él, pero en cuanto al CIL, lleva algo de razón y debemos recordarlo siempre. Ciertamente, necesitamos estas compilaciones, estas bases de datos cada vez más sofisticadas, pero no son suficientes, no bastan por sí mismas ni pueden reemplazar el trabajo, el oficio, del historiador.

BIBLIOGRAFÍA

 

Bagnall, R. S. y Heath, S. (2018). “Roman Studies and Digital Resources”. Journal of Roman Studies, 108, pp. 171-189. DOI: https://doi.org/10.1017/S0075435818000874

Bos, J. (2022). “A semantically annotated corpus of tombstone inscriptions” International Journal of Digital Humanities, 3, 1-33. DOI: https://doi.org/10.1007/s42803-021-00039-y

Carr, E. H. (1978). ¿Qué es la historia? Barcelona: Seix Barral.