Archivo Español de Arqueología 95
enero-diciembre 2022, e22
ISSN: 0066-6742, eISSN: 1988-3110, ISSN-L: 0066-6742
https://doi.org/10.3989/aespa.095.022.res04

Reseña de / Review of: Bruce R. Hitchner (Ed.), A Companion to North Africa in Antiquity, Blackwell Companions to the Ancient World 126, Wiley-Blackwell, Hoboken, 2022, 464 pp. ISBN: 978-1-444-35001-2. https://onlinelibrary.wiley.com/doi/book/10.1002/9781119071754

Pieter Houten

Universität Hamburg

https://orcid.org/0000-0002-7872-782X

Los Blackwell companions son una serie muy consolidada que cubre una amplia gama de temas. Por ello, resulta sorprendente que el norte de África no se haya publicado todavía. Con el volumen editado por Bruce Hitchner se ha corregido esta laguna y hemos obtenido una gran obra de referencia. Cuatro partes distintas, y también desiguales, dividen el libro. La primera parte, “Setting the Stage”, contiene tres capítulos que nos proporcionan los antecedentes de las investigaciones, abarcando la historiografía, la arqueología y el medioambiente. A esta sección le sigue la primera parte cronológica, “Africa in the First Millennium BCE”, con cuatro capítulos. La tercera sección, “The Roman Period (146 BCE-439 CE)”, ocupa la mayor parte del libro. Trece capítulos temáticos abarcan los seis siglos del periodo romano. Por último, la Antigüedad tardía se aborda en cuatro capítulos en la última parte, “From the Vandal Kingdom to the Arab Conquest (439-711)”.

Para quienes no estén familiarizados con el norte de África se han elaborado ocho mapas como introducción a la región. El mapa de “Ecological Landforms” es de gran ayuda para la lectura del tercer capítulo. El resto de los mapas tratan las diferentes épocas que abarca el volumen. Aunque es comprensible que el editor o los cartógrafos hayan decidido no cartografiar límites provinciales inciertos, la ausencia de límites en los mapas con las Provincias romanas tempranas y tardías, es algo sorprendente. Sobre todo, teniendo en cuenta la presencia de los límites, igualmente difíciles, del Reino Vándalo y de las Provincias Bizantinas. Aun así, se aprecia la elección de utilizar grandes etiquetas que cubren aproximadamente las áreas provinciales. Por otro lado, un problema importante con los mapas y las imágenes en general es que han sido producidos en color (como se puede ver en la publicación online en pdf accesible a través de algunas instituciones) y luego cambiados a escala de grises, por lo que los distintos tonos de gris son a menudo difíciles de leer.

Como ya se ha dicho, la primera parte nos proporciona los antecedentes necesarios para conocer la investigación del norte de África en la Antigüedad. Hitchner comienza con una historiografía del estudio del norte de África y señala con acierto el carácter problemático de la multitud de fuentes creadas en el periodo colonial. Uno de los principales problemas es la focalización en regiones específicas por parte de los gobiernos coloniales. Parte del carácter problemático de las publicaciones coloniales es la rectificación y explicación de la presencia colonial a través de los supuestos vínculos entre los imperios coloniales europeos y el Imperio Romano. Además, los imperios coloniales vieron la necesidad de preservar la historia cristiana en los países islámicos. Stone también trata este enfoque del patrimonio cristiano en la historia de la investigación arqueológica. Este enfoque en las estructuras cristianas tempranas condujo a la destrucción de la arqueología de otros períodos. Otra cuestión que Stone señala, y que vuelve a aparecer en otros capítulos, es la de “legacy data”. Debido a la inestable situación política de algunas regiones, o a la acuciante urbanización de las grandes ciudades, la investigación arqueológica se ha vuelto imposible. Sin embargo, retomar y combinar los informes arqueológicos y de prospección ya publicados puede conducir a nuevos conocimientos. Con el capítulo de Leveau sobre el medioambiente, se ofrecen los antecedentes necesarios para comprender el desarrollo de la región. El mapa 1 que aparece al principio del libro es muy útil para comprender las regiones y zonas climáticas de las que se habla, pero habría sido igualmente útil disponer de un mapa (o de mapas detallados) dada la multitud de topónimos mencionados. Un añadido importante del capítulo es la conciencia de “othering” a través de la descripción del entorno. Leveau señala que las publicaciones más antiguas a menudo tienden a reflejar lo diferente que es el entorno del norte de África, señalando la proximidad del Sáhara, ignorando así la influencia mediterránea en el clima.

La segunda parte nos lleva al primer milenio antes de Cristo. Sanmartí comienza con la cultura y la sociedad de Libya. Esto es realmente reseñable ya que a menudo encontramos que la historia del norte de África comienza con la colonización púnica y el antagonismo romano. Como señala Sanmartí, este enfoque histórico en la dicotomía entre Cartago y Roma ha llevado a una falta de interés y a la destrucción de pruebas para las historias locales. No obstante, el capítulo ofrece una visión completa de una multitud de aspectos de la cultura y la sociedad de Libya. Mattingly continúa con el cambio de enfoque dirigiéndose a los Garamantes de la zona de Fazzan, en el limes meridional. Además de presentar una región y una cultura menos estudiadas, Mattingly introduce las relaciones a través del comercio subsahariano, rompiendo así con la idea de un norte de África desconectado y situándolo como conexión entre el África subsahariana y el Mediterráneo. Ambos autores hacen un llamamiento a los lectores para que investiguen las culturas locales con el fin de romper con la tradición colonial y empezar a ver el norte de África como una parte de África y del Mediterráneo.

El hecho de ampliar el foco de atención de Cartago no significa que debamos dejar de lado a la Cartago púnica en un libro sobre el norte de África en la Antigüedad. Fumadó Ortega se ocupa de la Cartago púnica y señala que, aunque la mayor parte de la atención dentro las investigaciones del norte de África suele recaer en este sitio, la investigación en general tiende a centrarse en Atenas y Roma. Cartago a menudo solo se presenta como antagonista de Roma, por lo que no se entiende bien dentro del contexto del norte de África. Fumadó Ortega muestra cómo podemos empezar a utilizar las fuentes arqueológicas y clásicas para obtener nuevos conocimientos sobre Cartago, aunque al fin el autor debe tratar las guerras púnicas utilizando las fuentes romanas. Hobson continúa con las consecuencias de la Tercera Guerra Púnica y la reorganización del interior de Cartago en la República romana, utilizando las fuentes clásicas y la epigrafía para dibujar un cuadro de los distintos intentos de organización de las tierras recién incorporadas al naciente imperio. Hobson señala que estas fuentes nos conducen a menudo al antiguo marco colonial, ya que carecemos de las fuentes escritas púnicas, númidas y mauritanas. En este sentido, sostiene que solo a través de una reevaluación de las fuentes arqueológicas, epigráficas y escritas podemos obtener nuevas perspectivas que nos lleven más allá del marco colonial.

La tercera y más amplia sección del libro muestra exactamente lo que los autores de la segunda parte señalaron: a diferencia de los cuatro capítulos que tratan el primer milenio a. C., los seis siglos siguientes se tratan en trece capítulos. Naturalmente, disponemos de menos fuentes para los periodos más antiguos, sin embargo, este efecto se ve reforzado por el enfoque colonial en todo lo que puede ser y fue considerado “romano”. Bockman comienza esta parte con una visión general de la historia de Cartago que abarca todo el periodo, mostrando cómo la larga historia de la ciudad complica su estudio. Los estudios temáticos siguen a este capítulo. Los dos capítulos siguientes tratan del funcionamiento de la maquinaria imperial a través del desarrollo de la administración provincial (Carlsen, cap. 9) y del ejército (Faure, cap. 10). El capítulo sobre el urbanismo, a cargo de Dufton y Fentress, señala que este debe considerarse a macro- y microescala. Así, comienzan con una amplia visión del desarrollo urbano a macroescala y, a continuación, profundizan en el trazado de la ciudad mediante estudios de casos que entran en la microescala. También proporcionan planos claros de las ciudades y muestran cómo la diversidad de las ciudades del norte de África puede entenderse a través de las tendencias regionales encontradas en la macroescala. El capítulo de Mugnai, el decimoquinto, dedicado a la arquitectura y el arte, también recurre a estudios de casos para demostrar la diversidad local.

El duodécimo capítulo, escrito por de Vos Raaijmakers, analiza los asentamientos y las economías rurales. Reúne las pruebas derivadas de las fuentes clásicas, la epigrafía, la iconografía, las excavaciones arqueológicas y las prospecciones para obtener una imagen lo más completa posible de la economía rural. Demuestra que la economía rural pasó de ser un productor regional a convertirse en una potencia mediterránea mediante la mejora de las instalaciones existentes. Esto solo fue posible con el conocimiento de las comunidades locales y la adaptación de los métodos obtenidos del ámbito mediterráneo más amplio. El capítulo posterior sobre la producción de cerámica de Bonifay complementa muy bien el cuadro trazado por de Vos Raaijmakers, aportando una buena visión de conjunto del mundo rural del norte de África en la época romana y sus conexiones con el mundo mediterráneo más amplio. De estos dos capítulos se desprende claramente que el importante papel del norte de África en el Mediterráneo en general estaba impulsado por su economía rural y que este campo merece más atención.

Guédon investiga el desarrollo de la prosa africana en el capítulo catorce. Hace un repaso de los autores imperiales y observa cómo construyen su identidad eligiendo la lengua (latina o griega) o haciendo referencia a su tribu de origen. Pero sus obras siguen en gran medida las normas literarias romanas y griegas, por lo que es difícil discernir elementos africanos específicos. A partir del siglo II surge una nueva tradición literaria en África, la de los escritos cristianos. Guédon vuelve a situar a Perpetua como autora de su pasión y como posible fundadora de este género. Además, Guédon señala que la tradición apologética comenzó en África con Tertuliano, como uno de los padres de la iglesia, y terminó con Agustín, otro padre de la iglesia, lo cual sitúa claramente al norte de África como la cuna de la literatura cristiana.

El capítulo de Kaufmann sobre la poesía de la época imperial y tardoantigua, el decimonoveno, complementa perfectamente el capítulo sobre la prosa. Kaufmann se propone explicar lo difícil que es etiquetar a los autores como africanos. No obstante, nos da una visión general de los autores de origen africano, y de posible origen africano, tratando sus obras más importantes y cómo pueden ser etiquetados como africanos. Pero el capítulo va más allá de una mera enumeración de autores y se sumerge en los problemas de identificación de los elementos de la poesía que pueden considerarse africanos. Sostiene que, aunque podamos encontrar elementos, como las líneas métricas “malas”, no debemos asumir que estas sean supuestamente africanas. Aunque podrían ser el resultado del latín que se hablaba en el norte de África multilingüe, los autores pretendían una poesía latina, más que una poesía “africana”.

Además de la inclusión de la Antigüedad Tardía en los capítulos de Kaufmann y Bockmann (capítulo 8), este volumen ofrece tres capítulos específicos sobre la Antigüedad Tardía en la tercera sección. En combinación con los cuatro capítulos finales sobre los siglos V al VIII, debemos apreciar la novedad de incorporar un análisis concreto sobre la Antigüedad Tardía. En el capítulo decimoséptimo, Magalhães de Oliveira nos introduce en el periodo al cubrir los cambios en la sociedad y la cultura hasta el siglo V. Con Leone pasamos a los cambios religiosos en la Antigüedad tardía con la llegada del cristianismo. Su capítulo no trata la expansión del cristianismo en sí, sino que se centra en los conflictos internos. Sostiene que deberíamos cambiar la visión romano-céntrica del cristianismo en el norte de África por una visión de las tendencias y desarrollos regionales. La visión romano-céntrica solo sirve para indicar que el norte de África es una región disidente con múltiples herejías, tal y como se definen en Roma, mientras que la visión regional nos ayuda a comprender los procesos e interacciones dentro de las comunidades cristianas y a profundizar en nuestros estudios sobre el desarrollo de la Iglesia primitiva. Lamentablemente, los mapas generales de la publicación impresa no ayudan en absoluto, ya que están claramente creados para su publicación en color. McCarty trata el cambio religioso antes de la llegada del cristianismo en el capítulo 16, que trata sobre un amplio período con pruebas limitadas y las cuestiones siempre presentes del “othering” y el colonialismo.

La Antigüedad Tardía continúa en la cuarta sección, que tiene como punto de partida el año 439 y, en este sentido, no es de extrañar que el primer capítulo comience con la conquista vándala. Conant nos ofrece una visión histórica del periodo vándalo, en la que comenzamos con los primeros movimientos y testimonios de los vándalos y terminamos con la expulsión por parte de Salomón en el año 536. Sin embargo, el esquema del capítulo se hace de forma temática, por lo que encontramos la historia vándala entrelazada con los análisis de los fenómenos sociales y culturales, lo que da al capítulo más profundidad que un simple tratado histórico. Conant plantea los problemas de nuestra definición de vándalo, niceno y arriano, a la vez que subraya que las identidades no suelen ser tan claras como a veces suponemos y las fuentes tardoantiguas retratan, por lo que debemos andar con cuidado a la hora de identificar elementos.

En este volumen reaparece Merrills como autor. Su primera contribución, el capítulo dieciocho, sobre los mauri en la Antigüedad tardía nos permite conocer los pueblos del Magreb. Al igual que Conant, Merrills nos advierte que los mauri no son un grupo claramente delimitado y apartado de los “romanos”, dejando claro que formaban parte, tanto de forma voluntaria como forzada, del Imperio Romano. Su segundo capítulo trata el periodo bizantino en la cuarta parte cronológica y se centra en la conquista de África por Justiniano y la posterior reorganización. Merrills señala que las fuentes disponibles llevan a los estudiosos a centrarse sobre todo en este breve periodo, ya que la época posterior cuenta con fuentes limitadas.

El capítulo temático de Morrison sobre la acuñación de monedas se ajusta a la línea histórica, ya que el capítulo se circunscribe a la cronología de los tres capítulos de esta parte al aportar una visión completa del desarrollo de la ceca cartaginesa desde su reaparición a finales del siglo III hasta el siglo VIII. Además del tratado de las diferentes denominaciones, el capítulo también ofrece un análisis de los distintos fenómenos históricos y socioculturales que influyeron en los cambios de la acuñación. Debido a la densidad del capítulo, habría sido útil para los lectores no especialistas una conclusión que reuniera los puntos más importantes.

El último capítulo nos lleva al final de la Antigüedad según este volumen, la conquista árabe del norte de África. Fenwick comienza su capítulo con el llamamiento a empezar a mirar más allá de este supuesto momento decisivo. De hecho, como los investigadores tienden a situarse en uno u otro lado de esta línea divisoria, la investigación refuerza esta idea de un punto de inflexión y descuida el estudio sobre el periodo, si bien esta monografía intenta superar la división añadiendo un capítulo final sobre la conquista árabe. Fenwick ofrece un panorama histórico del siglo VII y principios del VIII para llenar la laguna creada por la línea divisoria y continúa tratando varios elementos de la sociedad para observar los cambios. Los cambios más marcados se encuentran en el cambio de administración que sigue la del califato con la sustitución de Cartago como centro por la recién fundada Kairouan. A pesar del abandono de Cartago, Fenwick observa que muchas ciudades continuaron y concluye que la ruptura fue menos clara de lo que se suele suponer. La única manera de descubrir los cambios en este periodo es incorporar los siglos VII y VIII a la investigación como siglos centrales, en lugar de puntos de partida o de llegada, con lo que se consigue un verdadero acercamiento entre los historiadores de la antigüedad y los medievalistas.

Después de leer el volumen y apreciar el enfoque en los problemas del colonialismo, el neocolonialismo y “othering” en muchos capítulos, cabe lamentar que el libro en sí no cambia los patrones coloniales. Aunque todos los capítulos hacen referencia y citan a estudiosos del continente africano, es una pena que no se haya dado un espacio propio a las voces de estos estudiosos citados. Los futuros proyectos y publicaciones deberían dar un paso más y proporcionar el espacio necesario para las voces de los académicos del norte de África. A pesar de esta laguna, la autocrítica y la reflexión sobre las cuestiones neocoloniales hacen que la obra siga siendo un valioso punto de partida para quienes necesiten tomar conciencia sobre estas cuestiones. En general, el libro es una gran adición al estudio del norte de África en la Antigüedad y, sin duda, ayudará a orientarse a aquellas personas interesadas en este campo. Además, es recomendable para cursos universitarios sobre temas relacionados con el libro, ya que las secciones de bibliografía y de lecturas complementarias de cada capítulo son muy útiles y están actualizadas.